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Channel: comida – Javier Moreno .: Rango Finito
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Sexto ciclo lunar

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Ahora vivimos temporalmente en el planeta helado. Las salidas a la calle son difíciles pues la limpieza de las aceras es pobre. Cada vez el carrito nos parece menos práctico pero el uso del canguro no es confiable sobre el suelo congelado. Una solución no muy óptima es conseguir un trineo de madera para arrastrar a la niña. Estamos en ello. Igual a veces salimos los tres, caminando con cuidado de la mano. Gajes de vivir en un mundo donde olvidaron que las personas caminan. Laia come y masca. Le damos pedazos grandes de patilla y pera. Le gustan mucho las frutas jugosas. Laia hace muchos ruidos pero se restringe al sistema fonético klingon. Sólo sabe comunicarse a los gritos. Por las mañanas intercala gritos y pedos por la boca (no sé cómo más describirlo) hasta que nos despertamos. Cada vez parece más cómoda sentada aunque todavía no es muy estable. Cuando le dan comida con cuchara quiere apoderarse de la cuchara. Pese a la evidencia, Mónica sigue convencida de que la niña no crece. Lo mismo decía del Gonta, que ya pesa como diez kilos. Este viernes a medio día tenemos la séptima visita al pediatra y tercera ronda de vacunas.


Pata

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El domingo fuimos al supermercado a comprar la comida de la semana y había patas de cerdo en la sección de carnes a veintitrés dólares. Sin pensar, compramos una de diez kilos. Al llegar a la casa llamo a mi abuela a preguntarle su metodología para la pata de cerdo asada. Mi abuela, que no oye mucho, cree que compramos paticas de cerdo y recomienda meterla en la olla a presión por una hora y acompañarla con fríjoles.

Después de adobarla con cebolla y ajo licuados, pongo la pata en la refractaria más grande que tenemos y reacomodo el horno para abrir espacio porque en la configuración normal no cabe. No sé qué habíamos cocinado en el horno recientemente, pero de pronto, tras apenas diez minutos adentro, la base del horno empieza a arder. Como puedo saco la pata y aplaco el fuego con un trapo mientras Mónica corre a buscar el extinguidor en el pasillo. Al tiempo que golpeo las llamas pienso en cómo salvar a los gatos en caso de que el incendio se expanda. Por fortuna, antes de que Mónica rompa el vidrio de seguridad con el puño grito que el fuego ha sido controlado. Salvo su puño, la cocina y los gatos. Sé que pudo ser peor.

Dejo enfriar, limpio el horno y vuelvo a empezar.

La pata dura cerca de cinco horas en el horno a 180 grados centígrados hasta que la temperatura interna alcanza los 65. Durante el proceso tuve que sacar un par de veces grasa acumulada porque parecía a punto de desbordarse. El cuero estaba crujiente. La carne quedó blanca y jugosa.

El lunes por la tarde mientras Laia dormía corté la pata en lonjas gruesas que luego acomodé como pude en dos contenedores de plástico verdes que compramos hace poco en el supermercado.

Me dio lástima botar el hueso a la basura por falta de perro para premiar.

Llevamos comiendo pata cuatro días y todavía no limpiamos el primer contenedor. Creo que nos excedimos. Cuando compré la pata jamás pensé que tendríamos que comérnos diez kilos de carne entre los dos. Mi ilusión era asar la pata en el horno, como mi abuela en las navidades familiares de mi infancia. Tal vez añoraba esa sensación de comunidad reunida en torno a la mesa, nada más. Ya perdí la cuenta de las decisiones de mi vida que he tomado con criterios parecidos.

Salmón

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El otro día le dimos salmón a Laia de desayuno. Parecía que le costaba pasarse los pedazos luego de mascarlos así que la ayudábamos con sorbos de agua, pero no entendimos el grado de dificultad sino hasta una hora más tarde cuando estábamos en la piscina y descubrimos que mientras nadaba todavía mascaba con gusto uno de los pedazos de salmón que le habíamos dado.

Ocho meses

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De repente aprendió a dar vueltas acostada. Llevaba un par de meses intentando que lo hiciera sin éxito, explicándole qué mover, cómo poner los brazos, y de pronto un día aprendió por su cuenta. Creo que entiende el logro porque sonríe orgullosa con cada giro. Ayer por la noche Mónica le dijo algo sobre “su papá” y ella respondió “papá”. En la piscina, mientras tanto, patalea con fuerza para impulsarse hacia el balón. Se lleva bien con el agua aunque todavía no se atreve a lanzarse desde el borde ni entiende el concepto de hacer burbujas (dos de los ejercicios usuales). En la comida cada vez somos más arriesgados. Esta semana comió un platito del sancocho de carne y pollo que hicimos el domingo. Ayer le hicimos un estofado de carne de res con cebolla, pimentón y zanahoria a ver qué opina. Su comida favorita es la berenjena al horno con lentejas. También le gusta comer pedazos de patilla. El martes fuimos al pediatra y sigue dentro de su curva de crecimiento. El pediatra dijo que era muy buena señal que lo mirara con extrañeza y buscara a la mamá. Ahora estira los brazos para pedir que la carguen. También grita para pedir cosas o llamar la atención. La mayor parte del día estamos en la sala con sus juguetes. A veces pongo música y cantamos. Le leo poco. Debería leerle más. Apenas el clima mejore quiero salir al menos una vez al día a caminar. El encierro es pesado para los dos. Sospechamos que viene un diente en camino pero no está confirmado. Últimamente se ríe mucho cuando hago el gesto de lanzarme a morderle las manos. Por las mañanas, recién levantada, la acuesto entre nosotros dos y por la cara parecería que es la niña más feliz del mundo. Con la consciencia, sin embargo, han llegado las primeras frustraciones: Gonta se va, los juguetes no están suficientemente cerca, no la dejo jugar con cables, Plinio no la determina. Llora desconsolada. Hoy la calmé usando una media como títere. Quedó impresionadísima. Este mes empezó a usar la tercera talla de pañal.

Antropófaga

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Con un diente afuera (71) y el vecino (81) en camino, los mordiscos de Laia pasaron de ser gestos enternecedores de afecto a pruebas de serenidad y tolerancia para sus destinatarios. Esta semana come arroz rojo con calabaza y pedazos de papá y mamá.

Nueve meses

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Laia y Remolacha

Laia saluda su imagen en el espejo, le gusta verse y tocar el espejo mientras sigue el reflejo de su mano. Hace dos días empezó a responder a los besos al aire con protobesos huecos que encadenados hacen una buena imitación de jabalí mueco. Los dientes han permitido que sea todavía más aventurera en sus comidas. Come arepa con soltura y deja la rama de apio en hilachas. Adora el aguacate a cucharadas. Hoy le presentamos la remolacha. Mónica le da a probar casi todo lo que come. En consecuencia, ahora pide cuando comemos frente a ella. Es caprichosa, exigente y terca. Aunque no gatea, rueda con mediana precisión hasta donde quiere e incluso se arrasta por tramos cortos si es necesario. Últimamente usa mantas o el babero para esconderse y luego aparecer súbitamente para su propia sorpresa. El vocabulario avanza lento (dice papa, mama, tete y algo que significa gonta), pero el arsenal fonético crece cada día. Todavía se emociona cuando los gatos se acercan y entra en éxtasis cuando interactúan con ella. Si la transmisión de video es clara, le responde a las personas que le hablan por Skype. En la piscina la zambullimos y la hacemos moverse por debajo del agua como un torpedo por unos segundos. También se sostiene sola contra el borde de la piscina con las manos por períodos cortitos y patalea como si nadara cuando quiere ir en alguna dirección específica (por lo general hacia alguna bola). Uno de sus deportes favoritos es escalarme agarrándose de mi pelo y morderme la nariz. Hoy me imitaba cuando le sacaba la lengua. A final de mes viajaremos a conocer el mar.

Laia y Remolacha
Mi demonia adorada.

Falafel

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Ayer hicimos falafel para Laia con garbanzos y lima beans. Hace días que está empecinada en comer con la mano y no es tan fácil encontrar cosas que podamos ofrecerle diferentes de frutas, pan y arepa. Mónica los hizo alargados, como pequeños chorizos, para que los pueda agarrar y morder fácilmente. Hoy cuando volvimos de la piscina le di el primero. Se lo comió entero. Estaba dichosa. Predigo que se convertirá en su pasabocas favorito.

Eficiencia nutricional

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El nuevo método de consumo de fruta de Laia consiste en mandarse un pedazo grande de banano, durazno o ciruela directo contra el ojo para que los nutrientes sean absorbidos por la esclerótica directamente. Aunque arde, es más eficiente.

También ha intentado (por lo pronto sin éxito) usar la nariz para aprovechar la permeabilidad natural de la mucosa pituitaria.


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En parte por Laia y en parte por mi ansiedad reciente por no morirme tan pronto ahora le prestamos mucha más atención a la comida que compramos y en especial a la carne. En el supermercado toda la carne de res es de criaderos industriales (así que sólo comemos carne muy ocasionalmente, cuando pasamos por el mercado hipster del centro) pero entre las opciones de pollo hay unos paquetes de pechuga orgánica por ahí al doble del precio del resto del pollo disponible que aclara muy visiblemente en la etiqueta todo lo que NO hacen con ellos (no toman antibióticos, no reciben hormonas, no comen forzados, no son caníbales, etcétera.) También hay pollos enteros con esas mismas características. Ante el estante del pollo todavía dudo a veces por culpa del precio, pero a punta de leer regularmente la lista de particularidades de los pollos orgánicos desde hace poco me entra una desazón profunda y me pregunto por qué tiene que ser el pollo sano el que trae aclaraciones y no el de criaderos industriales. Tal vez en una sociedad más evolucionada y responsable pero todavía carnívora será el empaque de pollo de criadero industrial el que traiga una lista detallada de todo lo que le hacen, administran e inyectan. Entonces la gente sabrá qué es exactamente lo que paga por ese precio.

Foto de una granja de pollos en Ontario en 1945.

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Empecé a hacer una dieta a principios de enero. No es muy estricta pero ha sido juiciosa. Reduje las harinas y los azúcares bastante. No soy radical: a veces, en la cafetería, le recibo a Laia bocados de una galleta. Y en el restaurante vietnamita pido sagradamente mi plato de phở. Ah: dejé de tomar gaseosa también, excepto por agua con gas con limón (o soda). Y en la hamburguesería ocasional pido sólo el pedazo de carne con los toppings y brócoli en lugar de papas. No me cuesta: no siento que me prive de nada. Nunca he sido muy apegado a cosas. A ideas y personas tal vez, pero no a cosas. Creo que he bajado algo de peso y siento que el cambio de dieta ha sido beneficioso para mi ánimo, siempre tan endeble. En realidad la reducción del azúcar venía desde hace meses. Había dejado de echarle a mis jugos licuados y después hice lo mismo con café con leche. Ahora no entiendo por qué le echaba azúcar a los jugos y he empezado a apreciar el sabor fuerte del café, que siempre me había costado. La dieta fue desencadenada tras un susto en un examen que sugirió que tal vez tenía principios de diabetes. Como soy gordo era una posibilidad, pero un examen posterior más cuidadoso concluyó que no era el caso. Aunque la noticia me alivió seguí preocupado por mi peso: no quiero reducir mi esperanza de vida pendejamente por malos hábitos. Ahora el tiempo, el que me quede, me importa más. Supongo que mi impulso reciente con los proyectos de programación está relacionado con lo mismo: es algo que había postergado muchos años y creo que ya no me puedo dar el lujo de postergarlo más. Se siente bien aprender y crecer dentro de lo aprendido.

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Compramos un asador de carbón y hoy lo estrenamos con dos pedazos grandes de sobrebarriga y unas longanizas. No sé cuántos años llevaba con el sueño de poder hacer asados en la casa. En el apartamento en London no había espacio. Aquí tenemos un balcón grande donde cabe el asador. Costó trabajo arrancar el carbón pero valió la pena. Todo quedó deliciosamente cancerígeno. Sergio, que ya fue asimilado por el sistema, tiene un asador de gas cual sucio gringo. Mi abuela jamás habría aprobado esa infamia.

Alas

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Compré una bandeja de alas de pollo para hacer el caldo base para la sopa de tortilla. Cuando el caldo estuvo las alas todavía seguían intactas (supongo que pude haber dejado cocinando el caldo por horas hasta que las alas se deshicieran pero la idea era comer sopa de tortilla antes de que cayera la tarde) así que las saqué de la olla, las puse en una refractaria y metí la refractaria al horno a cuatrocientos grados (F). Al cabo de una hora larga, con algo de vigilancia, estaban tostadas y deliciosas, perfectas para comer con una gota de miel.

Pizza

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Una pizzería en la calle Queen con Pape asegura, en un tablerito en la acera junto a la entrada, ofrecer la mejor pizza de la ciudad. Desde afuera luce lúgubre, con una selección de pizzas tibias a medio vender tras un mostrador de vidrio y un par de muchachos aburridos junto a la caja. Hoy pensaba que llevo dos años leyendo al menos cada semana la promesa de esa pizza perfecta y todavía no me convence. En el fondo tengo la ilusión de que algún día finalmente me decida, compre una tajada de hawaiiana y resulte fabulosa. La ilusión y el miedo, ahora que lo escribo, ambos con igual intensidad.

Lengua

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Encontré este puesto de sánduches cerca del trabajo donde tienen uno de lengua de vaca que me ha reconciliado con el universo. Hoy lo pedí para llevar y eso comimos en la casa. Llegaron a la casa todavía calientes y jugosos.

Es difícil conseguir lengua por acá en estas latitudes con tantos remilgos dietéticos. Incluso el hígado requiere suerte. A veces, muy ocasionalmente, los encuentro en el supermercado. Con la lengua tengo el inconveniente adicional de que mi proceso de preparación de la tradicional lengua en salsa alcaparrada familiar pasaba por una llamada larga a mi abuela, y eso ya no se puede. Así que por lo pronto me resigno a lo que me ofrezca por ahí la mano invisible del mercado, tan hábil en complacerme cuando le conviene.

Espurios

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Pasó que la leche de la caja que abrimos esta mañana sabía más a vaca de lo tolerable, y como resultado la niña no pudo tomarse ni un sorbo entero de su leche con vainilla. La marca de leche que compramos se precia de sus procesos simplificados que reducen la distancia digamos química entre el consumidor y la teta del animal. Así explican su costo, ligeramente superior al de sus pares de mostrador. Recuerdo que la primera vez que la probamos, en una cata de supermercado, hablamos elogiosamente de la diferencia no solo en textura sino en olor y sabor: es decir, consideramos ese sabor, que asociamos con la vida de granja, como un valor. Pero hoy por la razón que sea este sabor dominaba por completo y fuimos incapaces de tomarla. Era demasiado leche. Tanto así que tuvimos que botar el resto por el desagüe. La situación me recordó la escena de Matrix donde discuten el verdadero sabor del pollo. Quién sabe cuántas cosas que creemos que son ya no son. En fin, pequeños dramas del consumidor de nostalgias falsas.


Alimentación

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Ya miércoles. Fuimos a comer pizza después de recoger a la niña. Por lo general M. la recoge pero hoy iba tarde así que salí yo a la carrera de la oficina a rescatarla. No es tan lejos, en realidad, así que a las cinco y media ya estaba con ella. La pizzería es una nueva del barrio, junto a la carnicería ecuatoriana, donde venden pizza cuadrada y honda con sabores paranormales (es decir, que no se adaptan a las leyes de la naturaleza de la pizza). No estaba mala la pizza pero por error nos dieron una grande en lugar de una pequeña así que nos sobró más de la mitad. La guardamos en una cajita y sospecho que eso comeremos por los próximos dos días. En el trabajo hoy había salmón o pollo con varias ensaladas. Se podía uno u otro y yo me fui por el salmón porque el pollo era una tajadita miserable, pero el salmón resultó reseco así que no sé si tomé una buena decisión. Sospecho que en un mundo paralelo estoy aquí mismo decepcionado del pollo. Pocas veces es mala la comida en el trabajo (un par de días en los seis meses largos que llevo; tienen un servicio que trae un restaurante distinto cada día, lo que asegura si no calidad por lo menos diversidad) y la verdad es que salvo por la proteína animal el resto estaba más que bien.

Desaparición

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Día sin novedad. Hice un pato con una torta de papa al horno sencilla como la que le gustaba hacer a mi abuela en ocasiones especiales, parte de su menú elegante. Acompañé a la hija a su clase de natación. Después recibimos el sol de media mañana en el parque. Un acordeonista y una tamborilera hacían lo posible para entretener a una audiencia difícil y mal vestida para el frío con canciones a medio entonar. Aclararon varias veces que eran apenas dos quintos de la verdadera banda y que faltaba, entre otros, el cantante. Los integrantes restantes habían desaparecido de camino a la ciudad. Quizás los abandonaron para siempre y nunca podrán encontrar el camino de regreso a su casa. No sé dónde dormirán.

Calabaza

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El lunes festivo duró poco y engendró una infección en el ojo derecho así que mañana por la tarde debo ir a mi médica a que me revise e impida que pierda mi preciado ojo. La casa está más limpia después de la limpiada de ayer pero el lavaplatos de nuevo está a reventar. Supongo que después del médico vendré a la casa a resolver eso. Había algo más sobre lo que quería escribir, no sé qué sería. Se refundió. Hace poco terminamos de ver la primera temporada de Defenders en Netflix. No ofrece mayor cosa, aunque me gusta la asociación de superhéroes reacios, casi que involuntarios. Cada vez el armatoste cinemático de Marvel se siente más endeble. Por el lado bueno, M. hizo una tarta de calabaza que quedó apenas. Me la como despacio para que la felicidad dure y, bueno, porque la dieta continúa.

Gris

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Estuve haciendo oficio toda la mañana mientras M. y la niña andaban en clase de piano. Después las acompañé un rato a la fiesta de cumpleaños de S., amiga favorita, que era en los cines del barrio. Al cierre de la fiesta entraron en grupo a ver la película de Mi Pequeño Pony y yo aproveché para escapar: de seguro podré verla luego (y varias veces) en la casa cuando salga en Netflix. De regreso hacia la casa pasé por la tienda del trago y por la carnicería y mientras caminaba leí un artículo sobre Trump y Saturday Night Live, un programa cuya gracia nunca he comprendido; tal vez es muy gringo para mí. Ya en la casa puse carne en el horno y me eché a leer. Ellas llegaron tarde, casi a las cinco, y para ese entonces ya la carne estaba a punto de salir. Quedó rica. Según parece, hay unas milicias lituanas que se preparan desde hace años para una invasión rusa que asumen inminente. También asumen que el ejército se rendirá al primer signo de amenaza. Si yo viviera en Lituania creo que también dedicaría mis fines de semana a simular batallas. Suena como un ejercicio prudente considerando lo que se ha visto por allá cerca, en Ucrania especialmente. Por otro lado lo más probable es que si llegara a venir la invasión que temen los rusos los arrasarían sin misericordia. Ojalá que no sufran mucho cuando pase.

Para acompañar la carne hice unos espárragos. Hace unos veinte años (tal vez menos) aborrecía los espárragos intensamente (y el brócoli, y la coliflor) y siento que es afortunado que haya reconsiderado mis hábitos de desprecios sistemáticos y me permitiera probar vainas por fuera de mi esfera de comodidad, que era, ahora que lo pienso, muy reducida. Hay un valor importante en acumular gustos. Mucho más cuando se pueden compartir. Un buen propósito sería encontrar una nueva fuente de gusto (y regalarle una a alguien más) cada semana, o incluso cada día si se puede.

Mañana es domingo de piscina. No sé qué haremos por la tarde. Ojalá que haga un mejor tiempo que hoy. Tanto gris me aturde el espíritu.

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